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5 de octubre de 2022
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La magia se apoderó de Silicon Valley. Este es uno de los muchos mensajes con el que te quedas tras ver el documental ‘The Inventor’ (en HBO). El auge y la caída en picado de Elizabeth Holmes que enamoró a inversores —muchos considerados como los listos de la clase, reputados inversores de capital riesgo— con un invento que no tenía, que encubrió mientras recaudaba y fundía más de 900 millones de dólares. Es todo un documental sobre la psicología del fraude: Elizabeth se rodeó de famosos y poderosos, imitaba a Steve Jobs en gestos, forma de vestir, incluso en estrategias de comunicación. Tenía una visión tan poderosa sobre lo que quería alcanzar, que se creía Edison. Su egocentrismo era tan grande que no era consciente ni de sus propias mentiras ni de renunciar a la reputación que éstas le estaban aportando. Su mantra llevado hasta las últimas consecuencias era: si aún no lo has logrado, finge hasta que lo logres.
En el documental salen varias veces imágenes de magos e ilusionistas que hacen aparecer y desaparecer cosas. La magia como la gran mentira, como el mecanismo para engañar a nuestro cerebro. Como una forma de conectar una buena historia y hacerla creíble hasta límites de lo inexplicable. Los trucos mentales de la magia, se resalta, se han apoderado de los emprendedores que se quieren comer el mundo desde Silicon Valley, haciendo creer que existen unicornios, aunque estos sean burros con un cucurucho de cartón.
¿Cómo he llegado a esta conclusión? Déjame que te cuente una historia.
Tras muchas dudas, risas nerviosas y sudor frío, tuvo que tirar de sus reservas de coraje. El Catedrático de Ingeniería de la Universidad de Oviedo, con traje y corbata, se disponía a descalzarse y, delante de todo el auditorio, caminar por encima de más de doscientas botellas de cristal hechas trizas. El reto, afrontar el miedo, casi paralizante, ante lo desconocido. ¿Cómo respondemos ante algo que te puede perjudicar, de lo que no tienes control y no existe atisbo alguno de seguridad del resultado?
Dirigiendo la hazaña, el ilusionista José Armas, uno de los mejores magos de España, talento puro que igual corta una persona en dos —con una caja trasparente y delante de tus narices— que se escapa a 4 metros de altura de una caja con explosivos. En esta ocasión, José Armas impartía una conferencia sobre la conexión entre magia e innovación, en la clausura de los premios a las empresas más innovadoras de un club empresarial.
La magia y la innovación, de repente, se convirtieron en un binomio del que sólo puedes aprender y fascinarte.
La innovación es uno de esos términos que está en todos los sitios —menos en los presupuestos, me atrevería a decir—. Pero de tanto usarlo, y manosearlo, se está quedando sin significado. Hay quien la confunde con un laboratorio de I+D. Otros creen que se innova por tener muchas ideas. Hay una legión de abonados a fórmulas, metodologías, formaciones y post-it, muchos post-its en las paredes, y que viven de enseñar a innovar.
Está en todos los rincones, no sólo en empresas grandes y en batas blancas. Está en la cafetería de trato exquisito y baños impolutos, porque es silenciosa, y a veces difícil de medir, pero te mantiene diferente, vivo y con clientes fieles, algunos incluso se convierten en fans.
Pero, sobre todo está en las empresas modernas: donde todos los empleados tienen capacidad para aportar su energía emprendedora, sin despistar jamás la disciplina y la fiabilidad en lo que se está haciendo. Sólo así se pueden abordar contextos de incertidumbre como los que vivimos.
Y las personas tenemos miedo, pero también coraje y motivación. Podemos tener desidia ante lo nuevo, o una energía que nos desborda para conseguir algo diferencial. La diferencia está en la cultura que se teje en las organizaciones.
Las empresas están demasiado acostumbradas, con un poso de 200 años, a los procesos que fomentan la disciplina, la puntualidad, la racionalidad y el orden, pero otorgan muy poco valor al talento artístico, el inconformismo, la originalidad, la audacia y el entusiasmo.
Por desgracia, muy pocas cosas en esta vida son gratis. Por habitante, las empresas españolas invierten en innovación unas 3 veces menos que la media de las Europeas —y 6 veces menos que las empresas suecas—. Es difícil competir contra alguien que entrena casi 3 veces más que tú y lleva haciéndolo durante años y años.
Hay que romper ese círculo, como hizo el Catedrático de Ingeniería, que con su mente curtida en la lógica matemática no lograba entender cómo pisaba los cristales que crujían, con un auditorio en tenso silencio, y no se cortaba. Sólo apoyado en la confianza que le aportaba la mano del ilusionista, como puedes ver en el siguiente vídeo: